martes, 28 de julio de 2009

EL DÍA DE LOS MUERTOS

El cuidador del cementerio de Luján siempre iba a dormir a su casa. La noche del 2 de diciembre, sin embargo, tuvo que quedarse a hacer guardia porque era el Día de los Muertos, una ocasión especialmente tentadora para los perversos profanadores de tumbas.
Unos minutos antes de la medianoche escuchó ruidos. Lo que suponía, pensó. Corrió, matando la oscuridad con una linterna, hacia el centro del cementerio: desde allí provenían los gritos y las carcajadas. A mitad de camino encontró una tumba abierta, paró para revisarla y se dio cuenta de que el muerto había sido robado. Maldito seas, maldito ladrón, murmuró. Siguió, caminando más lentamente a cada paso, abrumado por la cantidad de sepulcros profanados. Cómo puede ser, se dijo, si hace unas horas estaba todo prolijo. Esto tiene que ser obra de una banda, o de una patota.
Acobardado, dejó de avanzar y hasta pensó en volver a su garita. Después de debatirse durante unos pocos segundos, juntó coraje y decidió seguir, pero no pudo dar ni un paso porque, desde detrás de un mausoleo, le salió al encuentro una sombra con un bonete en la cabeza.
-¡Sorpresa!- gruñó la cosa. Al bañarla con la luz de su linterna, el cuidador vio que era un cadáver, y sintió mucho frío. Detrás del primero apareció otro, agitando una matraca y tocando un pito.
-¡Feliz Día de los Muertos! ¡Feliz Día de los Muertos!- cantaba un esqueleto, mientras se acercaba a los otros.
Poco tiempo después el cuidador se vio en medio de una masa de carne podrida que se comprimía cada vez más. Murió asfixiado, y no pudo unirse a la fiesta porque ya había pasado la medianoche. Tendría que esperar un año hasta el siguiente Día de los Muertos.

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