sábado, 1 de agosto de 2009

ADVERTENCIA PARA EL SUICIDA

-Me mato. Me mato –dijo, y se mató. Dejó las sutilezas de lado, porque la desesperación no obedece razones: se tiró desde un décimo piso y se estampó contra el suelo. Costó bastante despegarlo.
Ahora se usa velar al suicida como si fuera un muerto común: antes ni siquiera se lo pasaba por la iglesia. De todos modos, como este suicida en particular no tenía ni familiares ni amigos, la carroza fúnebre cruzó la puerta del templo sin detenerse y sin aminorar la velocidad.
Más allá de ese insignificante cambio formal, todo sigue igual: el tratamiento posterior del suicida será eternamente el mismo.
Su primera noche de vida después de la muerte fue decisiva en su destino, y las que siguieron no difirieron mucho de esa. Se levantó y echó a andar por entre las tumbas; los demás todavía no habían escarbado su camino hacia el exterior –debe recordarse que el muerto reciente es el primero en salir de su ataúd-. Los árboles floridos le regalaban su perfume y la leve brisa llevaba rumores entrecortados a las frondosas copas. La luna le sonreía, las estrellas danzaban sólo para él.
- Así vale la pena estar muerto- se dijo. Como si lo hubiesen escuchado, en ese momento se levantaron algunos, y después el resto. Uno ellos, que tenía cara de compadrito, se acercó y le dijo:
- Bienvenido-. Se dio vuelta, y ordenó: -Todos los suicidas contra la pared. Vamos.- Volvió a mirarlo, y desde detrás de una sonrisa perversa murmuró:- Vos también, pichón.
Con él eran diez. Todos estaban de espaldas, dando la cara a las piedras del muro. Había una sola mujer.
Sintió calor, la temperatura subía rápidamente a sus espaldas. Los ladrillos gastados se iluminaron con un rojo intenso, y una carcajada aterradora le llenó la cabeza.
Miró: más le hubiera valido no hacerlo. Sobre una tumba cercana se alzaba una criatura asquerosa: pequeña, con patas de cabra y cuernos en espiral. La baba le caía de la boca y se perdía en una barba negra y sucia.
- ¿Quién es el joven hermoso?- preguntó la criatura.
- Recién llegado- contestó el compadrito.
- Que venga.
Como se resistía a ir, lo llevaron arrastrando sus pies. El repulsivo ser no tenía ojos pero de alguna manera tenía que poder verlo, porque le orinó encima, justo sobre la cara.
- Desde hoy serás mi preferido. El primero y el último.
Lo ultrajó de la manera más repugnante, y después hizo lo mismo con los demás. El dolor era terrible y se mezclaba con un profundo asco. Al final volvió a él.
- Te toca de nuevo- le dijo-. Sabelo desde ahora y para siempre: sos mi preferido.
Fue peor esta vez, y debió soportar el aliento pestilente en su boca.
- ¿Así que no te gustaba tu vida?- le decía la bestia-. Ahora vas a gozar de mi compañía para siempre.
Y lo peor era que no podía escapar. Esta vez no podía.

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