domingo, 4 de octubre de 2009

CONTRATO INFERNAL

Estimado Diablo,
Por medio de la presente, que espero llegue a destino en breve, solicito a Usted la extensión de mi vida. Ya los médicos han perdido todas las esperanzas, pero todavía no estoy preparado para morir. En este intento desesperado, le pido tiempo a cambio de la futura disposición en Sus manos de mi persona, que quedaría a Vuestra entera disposición una vez me haya preparado para expirar y para sufrir eternamente a Vuestro lado.
Sin más, firmando con sangre se despide muy atentamente,
Florencio de la Vega

Florencio murió antes de que la carta llegara a destino, pero todos sabemos que el Diablo es astuto, perverso y tramposo. A pesar de no haber cumplido Su parte del trato, alegó que la incompetencia en el sistema de correos, y no Su falta de voluntad, le había impedido prolongar la vida del contratante, y apoyándose en la ley que afirma que todo contrato debe cumplirse hasta donde sea posible, se dispuso a cobrar lo que, según Él, le correspondía: el alma buena de Florencio.
El Diablo no conoce de esperas o demoras: en cuanto la esencia pura de todo lo bueno que había en Florencio atisbó a encarar hacia el Paraíso, Él, que acechaba junto al cuerpo de Florencio (en su forma no visible, para no alimentar rumores sobre el Más Allá entre los vivos), se abalanzó sobre ella y la devoró cual lobo a su caperucita. Este gesto, más metafórico que real, viene a significar que mandó el alma de Florencio al Descampado de los Horrores Interminables. Pero de todos modos la devoró, y hasta mordisqueó un poco de más la cabecita de pura maldad acumulada de siglos.
¿Y qué ocurre, se preguntarán algunos, con la vida terrenal del cuerpo muerto, si uno vende su alma al Diablo? Lo que le pasó a Florencio puede ilustrar una tan buena pregunta, la cual no se plantearía siquiera si se leyeran las letras pequeñas del final de todo contrato infernal.
En efecto, escrito con tinta invisible que sólo puede leerse si se rocía el papel del contrato con saliva de hurón macho (el Diablo es astuto, ya se ha dicho), aparecen claramente las siguientes palabras: “Quien vendiere su alma a Mí, también venderá (a Mí) su cuerpo muerto hasta el momento de la descomposición del mismo, después del cual las cenizas finales quedarán… a la buena de Dios jua jua”. Escrito por el mismísimo Demonio.
Florencio fue enterrado y esa noche, cuando –indiferente al cruel destino de su alma buena – llegó a la superficie de su tumba, sacando primero una mano al aire como todo buen muerto, el Diablo, esta vez en su forma corpórea, tomó esa mano con la firmeza de quien sabe que su presa no puede soltarse. Luego apareció la cabeza de Florencio, la tierra floja en sus cabellos y la mirada desesperada de quien se reconoce doblemente condenado. Y vio lo que todos quienes comercian con su alma ve al final: el rostro de la desgracia eterna. La gente está acostumbrada a imaginar al Diablo como un señor de barbita afrancesada, cara enrojecida y cuernos. Pues no: el Horror Infinito no tiene un semblante tan estúpido. Quien lo vislumbra desea que le arranquen los ojos con anzuelos oxidados. Es por eso que los demás muertos, que ya habían salido de sus sepulcros y habían contemplado semejante espectáculo, corrieron hacia la pared más alejada del cementerio, emitiendo durante su marcha desgarradores gritos histéricos.
Pero la víctima no era ninguno de ellos, sino Florencio. El Diablo, que tiene alas de fuego, lo llevó volando hasta más allá de las nubes, y desde allí lo dejó caer. Esa fue la tortura que eligió para esa noche. Lo levantó y lo dejó caer, una y otra vez. El dolor fue espantoso cada vez.
La segunda noche eligió devorarlo de un bocado y defecarlo después de haberle hecho padecer todo su proceso digestivo, que en el caso del Diablo es particularmente tortuoso.
La tercera lo trasladó a un cementerio olvidado, de terrenos ácidos de tanta muerte vieja, y ahí lo enterró hasta el día siguiente. Durante todo el tiempo en que los muertos duermen, Florencio padeció el ardor atroz de la tierra envenenada, sólo para emerger al cuarto día y encontrarse con su eterno compañero de aventuras, que esta vez había traído a unos cuantos amigotes para reírse de sus desgracias y humillarle en su sufrimiento…
El Diablo es el rey del ingenio, y nunca se le acaban las buenas ideas cuando se trata de hacer sufrir a la humanidad, viva o muerta. Florencio, tal y como había firmado, sufrió hasta el final tanto en cuerpo como en alma.
Vean, amigos, lo que sucede a quienes libran sus destinos a la voluntad de los dioses. Que los avatares de todos los Florencios sean nuestra lección para el porvenir.

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