domingo, 4 de octubre de 2009

EPÍLOGO: EL DESPERTAR DE NANUK Y EL FIN DE LA HUMANIDAD

Como había sido profetizado en el Prólogo –nadie diga que no se le avisó-, llegó el día en que la cantidad de muertos enterrados en La Chacarita fue tan grande que el suelo se aflojó lo suficiente para que la gran bestia Nanuk lograra abrirse paso hasta la superficie.
Olvidadas ya todas las reglas, porque éste era el Día del Apocalipsis, los muertos despertaron debido al estrépito que producía la aproximación del monstruo. Nanuk se acercaba gritando, y el ruido era profundo y chillón a la vez, ominoso y profano, y el cerebro de quienes lo escuchaban –vivos o muertos- hervía y estallaba en grandes trozos.
Los muertos de La Chacarita, con o sin cerebro a estas alturas, hicieron lo posible por salir rápidamente de los ataúdes y de subir a la intemperie, para al menos alejarse y demorar lo que, ya sabían, sería el final de todo lo que había sobre la Tierra. Pero las patas del Gran Arácnido eran largas y veloces, y aunque su pestilente cuerpo aún no había alcanzado el mundo exterior, con facilidad las extendía para localizar y rebanar los cuerpos que intentaban huir y que, presas de la fatalidad, no podían lograrlo. A su paso, Nanuk devoraba con placer morboso los trozos de carne muerta, saboreando la podredumbre sazonada con la perversa ingratitud de quien destruye a quienes hicieron posible su regreso.
Una vez fuera, sobre el terreno de La Chacarita ya vacía de muertos, porque se los había comido a todos, Nanuk gritó su anuncio triunfal: la Humanidad está perdida. Nadie entendió lo que decía: el idioma de Nanuk era arcaico y jamás se había hablado entre los hombres. Pero todos supieron lo que estaba diciendo cuando sus cerebros comenzaron a hervir y a estallar. Cada nuevo muerto era alimento para Nanuk.
Finalmente, y como consecuencia de tan diabólica comilona, Nanuk lanzó un poderoso eructo lleno de vapores letales, y la pestilencia pudrió la piel y los pulmones de quienes aún vivían en la ya casi desierta ciudad de Buenos Aires.
Sucesos similares terminaron con el resto de las ciudades del mundo. El Apocalipsis se prolongó por apenas unos minutos gracias a la pasmosa eficiencia de los miembros de la Primera Especie, quienes habían tenido milenios para despertar de su innata estupidez y para preparar su estrategia.
El mundo, que al principio había sido Ellos mismos, volvió a Sus manos, y así culmina la insensata aventura de la raza humana.
Quizás en alguna otra Historia se nos conceda una nueva oportunidad.

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