domingo, 4 de octubre de 2009

LAS FLORES MÁS LINDAS

Como ocurre en el mundo de los vivos, el cementerio se convierte muchas veces en escenario de ostentación y lujo. Dado que los muertos no tienen forma de adquirir nuevas prendas de vestir ni de someterse a peinados deslumbrantes, la jerarquía social la establece la calidad de las flores que cada uno recibe de los vivos que los recuerdan y visitan durante el día.
La mayor parte de los difuntos comienza su vida de muerto con los mayores honores, ya que la cantidad y calidad de las flores, coronas y demás accesorios que quedan sobre la tumba durante la noche posterior al entierro les permite adornarse de manera exquisita y soberbia. Claro que todo el glamour desaparece al día siguiente, cuando el cuidador del cementerio retira los restos de los ornamentos mortuorios. Pero, como dicen los primerizos, ¿quién te quita lo floreado?
Las flores más cotizadas entre los muertos no son necesariamente las que resultan más caras en el mundo de los vivos. De hecho, el tamaño, además de la cantidad, es el atributo más importante.
Es claro que las damas y los caballeros más encumbrados de la pasarela de la muerte lucirán, por ejemplo, coquetos ramilletes de calas y girasoles. También son altamente codiciadas la flor de loto, el gladiolo y el lirio de campo.
Los de la que podríamos llamar “clase media”, los más numerosos del espectro, llevan sin ostentar claveles, rosas y jazmines. Nadie les presta mucha atención, si bien tampoco son rechazados como parias.
Quienes sólo reciben flores diminutas, como violetas, lavanda, diente de león o coronita de novia, prefieren ocultarlas rápidamente antes de que alguien las vea, y ni se les ocurre utilizarlas. Sería una vergüenza pasearse con semejantes nimiedades por entre los portadores de flores más decentes. Así, antes de someterse a la humillación pública –porque el muerto puede ser muy, muy cruel en lo que toca a la moda- prefieren permanecer inmóviles junto a sus tumbas, y presenciar desde lejos el show de vivos colores de quienes fueron bendecidos con muchas y enormes flores.
Como en la vida, el muerto viejo es el más desafortunado. Como todos sus familiares, con el tiempo, perecen, va quedando poca gente, y a la larga nadie, que le traiga flores. Quienes en sus primeras épocas pudieron haber brillado por la belleza de sus tocados van apagándose de a poco, hasta llegar a ser, al final, meros espectadores del esplendor ajeno.
Se dice que una vez, hace mucho tiempo, una dama de extrema dignidad se paseó por su cementerio usando como sombrero un ejemplar de rafflesia, la flor más grande y más pestilente del mundo. Ese día la nombraron Reina Muerta de la Elegancia, y su fama, cierta o no, perdura hasta nuestros días.

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