domingo, 4 de octubre de 2009

ENTIERRO EN VIDA

Es bien sabido que la catalepsia produce una parálisis que muchas veces fue confundida con la muerte, y que muchas personas aún vivas sufrieron el más cruel de los destinos al ser enterradas cuando severos cuadros de catalepsia hicieron creer a los familiares que la hora final había llegado.
Siendo que el cataléptico es también un habitante, si bien raro, del cementerio, la descripción de su desgracia merece un lugar en estas páginas tan llenas de muerte. Porque, al final, ¿realmente es tanta la diferencia que existe entre un muerto viviente, y un vivo muriente? Quien se atreva, que lo juzgue a través de este relato.
La novia de Charly sufría de catalepsia, aunque nadie lo sabía porque los síntomas de la enfermedad nunca se habían presentado. Así las cosas, su primer ataque fue también su pasaporte al más allá. Como suponerla muerta era lo más fácil, todo el mundo la supuso muerta. Y antes de que la pobre muchacha pudiera reaccionar, ya se encontraba sepultada bajo seis pies de tierra húmeda y fuertemente apisonada.
Despertó unas horas antes de la medianoche. Se vio encerrada en un cajón de madera completamente a oscuras. Al principio no entendió de qué se trataba, pero cuando tocó con sus manos el terciopelo del forro interno del ataúd, y aunque no podía creer que semejante aberración le estuviera sucediendo, supo que había sido enterrada en vida.
Como no estaba muerta, no contaba con la habilidad de escarbar hasta el exterior y liberarse. Así que, presa de la más amarga desesperación, esa en que la persona reconoce que está todo perdido pero se resiste a aceptarlo, rasgó y desgarró el terciopelo acolchado, y rasguñó las paredes de su encierro –tan, tan estrecho-, esperando que algún milagro le permitiera salir de allí.
Nada como eso sucedió, y ya muy cerca de la medianoche desfalleció, presa de otro ataque.
Y al dar las doce, la novia de Charly despertó como lo haría cualquier muerto correctamente enterrado. Entonces sí, bajo el hechizo de la muerte, pudo salir de su prisión y llegar hasta la superficie. Una vez allí, consciente de lo que había pasado antes pero mortalmente atada a las reglas de la ultratumba, deambuló y conversó con sus compañeros durante las horas previas al amanecer. Ya no la acosaba la desesperación: como muerta, era natural que se resignara a su destino. No pensaba en la agonía que le esperaba al día siguiente, y al otro, y a todos los demás. Durante las horas de la noche en que vivía en la muerte, la novia de Charly la pasaba lo mejor que podía.
Llegada la hora en que el sol arroja al éter sus primeros rayos de luz, volvió sin chistar al ataúd, se encerró como es debido y se durmió.
Tan pronto como estuvo inconsciente –lo que sucede a todo cuerpo muerto durante las horas del día-, la vida volvió a ella y despertó, como lo había hecho en su cama tan hermosamente rodeada de aire y libertad todas las mañanas anteriores. Esta vez, sin embargo, sus ojos encontraron nuevamente el encierro mínimo y oscuro, y volvió a la carga. Con sus manos intentó en vano, durante todo el día, roer la madera del cajón. Por segunda vez la medianoche la sorprendió desvanecida, y de nuevo la Muerte secuestró su espíritu cuando dieron las doce.
Así se resume su historia, que se prolongó durante días, hasta que su cuerpo vivo no toleró más la falta de aire, agua y alimento, y murió definitivamente. Esa noche los muertos, conocedores de sus avatares, le dedicaron una fiesta de bienvenida.
¿Y por qué, se preguntará el lector, pasó todo esto? Pues porque la catalepsia no es realmente una enfermedad, como muchos creen. Es la única puerta que tienen los vivos para vislumbrar el Más Allá. Siendo los dioses tan celosos de su reino ultraterreno, castigan a quienes tienen la habilidad de traspasar la frontera y volver con el más trágico de los destinos. Una vez en el cementerio, el cuerpo pasa a estar sometido a las reglas, y la Muerte, a través de la catalepsia, se apodera de él todos los días; y no de manera azarosa como sucede afuera, sino con la regularidad inevitable del tormento infernal.
Sólo los más afortunados llegan a ver el Otro Mundo y a volver, aquellos quienes tienen la rara suerte de despertar del ataque antes de que los consideren muertos. Pero lo que ven seguramente no les complace en absoluto, porque prefieren creer que fue una pesadilla y olvidarlo. Algunos sabemos que, en el fondo de su alma, reconocen que lo que vieron es cierto.

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