domingo, 4 de octubre de 2009

EL DESCUIDADO

Cementerios eran los de antes, en los que todos los muertos eran sepultados en tierra. Después llegaron los nichos, justo como en las ciudades llegaron los edificios de departamentos. Se aprovecha mejor el espacio, es verdad, pero también se generan todo tipo de situaciones extrañas; situaciones que no estaban contempladas en las reglas originales.
La historia de Jacinto es particularmente ilustrativa. Muerto en épocas modernas, fue encajonado y luego colocado en un nicho en la pared, en medio de cientos de otros nichos que ostensiblemente reducían la importancia del suyo: todos tenían la misma tapa de mármol y sólo los distinguía la placa dorada, que había que leer desde muy cerca para dilucidar quién estaba allí dentro.
Jacinto nunca había sido popular, por lo que ser uno más del montón enlatado en nichos nunca le preocupó seriamente. De hecho, pocas cosas le importaban, porque además de poco popular, Jacinto había sido siempre muy distraído y realmente le costaba mucho focalizar sus pensamientos en alguna cosa en especial.
Cada noche, Jacinto abría mecánicamente el cajón, y sin siquiera tener que tomarse el trabajo de arañar la tierra para salir a la superficie, movía la tapa del nicho hacia un lado –porque estaba en la fila inferior, junto al piso; si hubiera estado más arriba, una persona como él habría encontrado difícil disponer de ella sin que se hiciera pedazos contra el suelo- y allí estaba: paseando con la vieja Q.E.P.D. 3 de enero de 1987, o riéndose de algún chiste contado por el muchacho Q.E.P.D. 28 de septiembre de 1998.
Tan, pero tan distraído era Jacinto, que una noche, al volver al cajón, colocó la tapa de madera sin verificar que hubiera calzado herméticamente, y para peor, además se había olvidado de colocar ante todo la tapa de mármol en su lugar. El día llegó sin que Jacinto se hubiera dado cuenta de su atolondrado descuido. Cualquiera que quisiera podía ver su cuerpo muerto bajo la tapa levemente desplazada.
Como el cementerio ya tenía sus años –que incluso sumaban más de un siglo y medio-, ninguno de los empleados de limpieza prestó atención a la lápida corrida: ese tipo de eventos era común en todo el cementerio desde hacía tiempo, ya que cada vez con más frecuencia se procedía a sacar los cajones de quienes no pagaban sus impuestos –a través de sus familiares vivos, vale aclarar- para quemar sus restos o arrojarlos a la fosa común.
Cerca del mediodía, un grupo de turistas llegó al cementerio para sacar fotos de la tumba de Evita, que en realidad no vale dos pesos, pero así es la gente que pasea. Un par de muchachos, de mente morbosamente curiosa, se escaparon del grupo y, recorriendo los pasillos por su cuenta, llegaron a la lápida de Jacinto.
- Qué interesante – dijo el primero, en otro idioma.
- Veamos qué hay adentro – dijo el otro, en ese mismo idioma, porque venían del mismo país.
Vieron a Jacinto el de la tapa corrida. La visión los llenó de pavor, pero enseguida se recuperaron y sacaron una foto para llevar de recuerdo y mostrar a sus familiares.
Se llevaron la muerte en sus propias manos.
Jacinto apenas notó la diferencia, siendo que su conciencia siempre había sido extremadamente dispersa. Sacarle la muerte –que es Una para todos- a un muerto es como sacarle la Vida –que también es Una-, es decir el alma, a un vivo. El cuerpo permanece animado, pero sin espíritu. Así continuó Jacinto su existencia, y nadie notó el cambio.
Los turistas extranjeros, en cambio, sembraron sin quererlo el terror en su país de origen. Una muerte extranjera, acostumbrada a otros climas, normalmente se molesta mucho cuando la sacan por la fuerza de su ámbito. Este caso no fue ninguna excepción, y la muerte furiosa quiso vengarse de los impertinentes mocosos que le habían arrebatado la calma de su cementerio y de su cuerpo muerto. El poder de una muerte encerrada es matar a quien la vea, y así fueron cayendo uno tras otro: los fotógrafos, sus amigos y algunos familiares. Hasta que a alguien se le ocurrió quemar la foto y esa muerte, ese aspecto de la Muerte, fue libre de nuevo y no molestó más a nadie en ese lejano país.

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