domingo, 4 de octubre de 2009

SUEÑOS DE ULTRATUMBA

Durante el día, presos en sus ataúdes, los muertos sueñan, y esos sueños son sus Paraísos, o sus Infiernos…

I
El perrito que cuidó hasta la muerte, el de las manchitas color negro y ocre,
el cuzquito endeble que murió en sus brazos,
y que fue amargamente llorado.
Ese perrito, luz de los ojos de sus hijos, que todavía viven,
le muerde los pies y le arranca pedazos de carne muerta.
Sin poder apartarlo, porque no puede moverse,
El muerto sufre una doble agonía:
la del dolor insoportable de las heridas que no cicatrizan
y la de la traición absurda que sólo es posible en los sueños.

II
El perfume de las flores embriaga sus sentidos
y se pierde en una inmensidad de colores.
Las flores que los parientes traen a su tumba
son, en sus sueños, su mejor compañía.
Nadando en mares de pétalos de rosa,
derivando por los cielos tapizados de gladiolos,
a punto de asfixiarse por la intensa fragancia
de jazmines recién cortados,
la muerta ejerce sus sentidos
como nunca pudo hacerlo en su insípida vida.

III
¿Qué sueña el muerto
que nunca soñó más que pesadillas?
Sueña una y otra vez
las pesadillas de su vida.
Muerte impredecible en vida
y tan clara en la muerte,
Muerte cruel que persevera en los castigos…
Muerte justa, que castiga porque sabe.
Los paisajes son oscuros, corre la sangre a raudales
el terror es la conciencia
de que esa sangre es la propia.
Y la beben, a lo lejos,
los demonios de los sueños de los muertos.

IV
La niña muerta no sabe bien
qué es lo que ve en sus sueños.
Ve lo que sólo los grandes ven en la vida
y que ella debe ver,
aunque sea en sueños, aunque sea muerta.
Ve cómo hubiera sido el placer, el hombre.
Ve cómo hubiera sido madre.
Ve su propia muerte rodeada de la familia
que nunca tendrá.

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