domingo, 4 de octubre de 2009

PAULINA

Una mujer de la calle murió una noche, sola en la cama de su pocilga. Había atendido a uno de sus “clientes”: el hombre pagó y se fue. Ella debía continuar con su trabajo, volver a caminar y a hacerse encontrar, pero esa vez no pudo levantarse. Fue hallada al día siguiente, desnuda y sucia. Y muerta, claro.
Se llamaba como el hombre quisiera, pero ella se sabía Paulina. De alguna forma, su vocación era el servicio.
Es sabido que la muerte cambia los destinos. Poco pudo hacer, sin embargo, contra la voluntad innata de Paulina. Había sido enterrada en el suelo, en el lugar de los pobres. Un muerto amigo, que había sido rico, poseía un mausoleo amplio, y una noche, cada uno ya fuera de su ataúd, Paulina logró convencerlo para que le permitiera usarlo para atender.
Era menester improvisar algunas mejoras: le ayudaron a construir, con piedras y madera, una mesa y dos sillas. Para que el lugar se convirtiera en el perfecto lupanar de los muertos, instaló una lucecita roja en la entrada.
Todas las noches, hombres y mujeres se reunían en la puerta y esperaban su turno, y mientras tanto hablaban de Paulina.
- Es encantadora- decía uno. – Ayer me encontraba muy triste, y ella me devolvió la sonrisa-. Esta expresión era sólo una metáfora, ya que no le quedaban labios para sonreír.
- A mí –comentó una anciana con poco pelo- me contó un cuento de hadas.
Si bien la muerte no había podido torcer el espíritu de servicio de Paulina, había dejado su huella. Ya no complacía a la gente como antes, a través de su cuerpo, sino con sus palabras. Ahora alegraba el alma y no la carne. Y hasta se podría pensar, en definitiva, que su destino sí había sido invertido.
Uno que había sido psicoanalista le dijo:
- Algo parecido hacía yo, pero no daba resultado tan rápidamente.
Paulina no dejó su trabajo hasta el día en que la arrojaron a la fosa común, muchos años después. Nadie sabe si ella también era feliz, o si sólo existía para los demás, por alguna ineludible obligación que su destino le había impuesto.

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